lunes, 30 de marzo de 2009

Fiesta aniversario: Al rojo vivo

Domingo 29 de marzo: 08:04 (hoy cambió la hora, si no, serían las 07:04).

Anoche se cumplió el primer aniversario del bar en manos de mi maestro F. Sabiéndonos fanáticos de los disfraces y atuendos poco convencionales, estuve pensando durante días en lo que iba a vestir para la ocasión. Habiendo decidido que el tema de la noche sería “Rojo vivo”, no me cupo la menor duda de que mis tan queridos y afamados pantalones rojos estarían presentes en la celebración. Luego de mucho divagar, de idear pero de poco planificar (con tiempo), terminé vistiendo unos tirantes a juego, un sombrero casi de mi talla, y los ojos y las uñas tan negros como la mismísima noche. Para hacerlo distinto, llegué temprano. Tomamos uno y otro cóctel, en espera de un rebaño interminable de almas listas para perderse en nuestro parque de atracciones. En un mundo que sólo se rige por nuestro elíxir de vida que, con sabores distintos, rebosa cada uno de los vasos que a cada quien servimos, una y otra vez.



La noche comenzó húmeda y cubierta. El fresco del invierno parecía querer regresar para arroparnos una última vez. Los minutos comenzaron a pasar y, aunque lo hacían lentamente, cada uno arremetía contra nuestra moral un poco marchita a raíz de una sesión anterior poco concurrida. El alcohol comenzaba a correr con más vigor por nuestras venas, y la sensación de una noche casi perdida se apoderaba de nosotros. Pero la hora llegó, la hora cambió y, augurándonos un verano memorable, todos en manada arribaron, y las bebidas comenzaron a fluir.

Uno, otro, y otro más, pasaron mil y un vasos por mis manos. Limpios y vacíos, se llenaban de alegría y de trozos de lima con azúcar, de jarabes y licores ávidos de alcoholizar a todo el que por allí pasara. Otros vasos, sucios pero satisfechos, llegaban a mis manos llenos de recuerdos y secretos sin contar, sólo para ser rápidamente lavados, secados y servidos nuevamente al siguiente mejor postor. Cuánto movimiento, cuánto estrés, cuántos deseos de mantener ese ritmo pero, a la vez, de compartir con cada miembro de la congregación mágica que se iba formando. Por desgracia o por fortuna, los líquidos manaban a una velocidad insostenible, hasta el punto en que tuvimos que ladrarnos detrás de la barra y decidir una nueva estrategia de juego que nos permitiese vivir en armonía esas horas de trabajo que aún nos esperaban.



Las decoraciones fálicas llenaron con palabras de obscena diversión a (casi) todas las bocas presentes mientras sus portadores reposaban las copas entre sorbo y sorbo. Hubo quienes me achacaron (por mi indumentaria) ser artífice de tan vistoso arte colgante… Prefiero reservarme tal declaración ya que todo lo que diga podría ser usado en mi contra en una corte. Hubo otros (u otras) que, insinuándose con pocos pelos en la lengua, veneraron tan potentes proporciones. Al final, algunos terminaron escapándose con el “miembro” bajo el brazo; espero, por su bien e integridad física, que sólo con el fin de hacerle espacio en la estantería de trofeos que a tantos regala la noche palmesana.

En medio del bullicio ensordecedor, de cánticos carentes de lucidez pero rebosantes de alegría, y de una nube interminable de humo, se encendieron las velas, y en varios idiomas a la vez, entonamos todos el himno que mundialmente conmemora un año más. No soy muy dado a estas tradiciones, pero esta vez no sentí vergüenza, esta vez no me pareció de mal gusto, esta vez canté también desde lo más profundo de mis pulmones, por un año que termina y abre paso a otro aún mejor, a otro lleno de sorpresas, de delirio, y de aventuras siempre nuevas de las que sólo se enteran del todo aquéllos que se encuentran detrás de la barra.



[Cóctel del fin de semana: 7Ball-Playa]